domingo, 28 de mayo de 2017

Imperator Hispaniae




En 1105 nació en Galicia un rey que iba a ser protagonista de su época: Alfonso VII. Contemporáneo de otro Alfonso, I el Batallador de Aragón, aunque más joven aquél de este. Hijo de Doña Urraca, la intrigante e inquieta reina de León, y de Raimundo de Borgoña.





Ante los éxitos de Alfonso I el Batallador, Alfonso VI, rey de León, acuerda casar por segunda vez a su hija Doña Urraca con ese guerrero de tanto éxito conquistador, aunque produciendo tensiones con la Casa de Borgoña. El arzobispo cluniacense de Toledo declaró nulo este matrimonio porque los dos cónyuges eran bisnietos del rey Sancho el Mayor. Todo era evitar la unión de los reinos que representaba este matrimonio. El nuevo matrimonio firmó un acuerdo declarando heredero de sus reinos para el hijo que pudiera nacerles y en caso de no tener descendencia lo sería D. Alfonso Raimúndez. La Casa de Borgoña propuso nombrar rey de Galicia a Alfonso VII apoyado por la nobleza gallega. Se produjeron diversas intrigas contra Alfonso I, incluso por Doña Urraca. Después de estos y de varios conflictos bélicos entre leoneses, castellanos y aragoneses, Alfonso I renuncia a su matrimonio “para no vivir en pecado” y acepta en León que quien fue su hijastro sea coronado rey.

Alfonso VII fue coronado en la catedral de Santiago de Compostela el 17 de septiembre de 1111. Desde 1124 Alfonso VII, con 18 años, armado Caballero de Compostela, empieza a ejercer su poder con decisión, ideas nuevas, sin las intrigas de su madre la reina Doña Urraca y alejado de las restricciones impuestas por el obispo Gelmirez.


Alfonso VII conquistó Burgos, ciudad símbolo de Castilla. Alfonso I acude con su ejército a defender su frontera ya que dominaba varias zonas de Castilla como la propia Burgos, Carrión y la línea fortificada del Ebro. Pudo producirse un conflicto de trágicas consecuencias entre los dos Alfonso. La mediación de Gastón de Béarn y del Señor de Bigorre impidieron este enfrentamiento con la firma del Tratado de Támara de 1127. En este acuerdo se fijan las fronteras entre ambos reinos. Alfonso VII renuncia a varias zonas de la ribera del Ebro (La Rioja, la mayor parte de Soria y casi todo el País Vasco) y reconoce a Alfonso I el Batallador como rey de Zaragoza y este reconoce a Alfonso VII la ciudad de Burgos, Soria y el título de Emperador de España (Imperator Hispaniae). Este fue un reconocimiento a la continuidad histórica y a la tradición visigótica reconociendo a Alfonso VII como legítimo heredero de la línea de Alfonso I de Asturias. Este reconocimiento de Emperador no era por la soberanía de los demás reinos cristianos sino por la primacía en el proceso de reconquista y unificación peninsular.


En aquella época muchas de las alianzas se hacían a través de los matrimonios y más si el otro cónyuge era de un territorio peninsular. Así pasa con el joven Emperador al casar en 1128 con Berenguela, la hija del Conde de Barcelona Ramón Berenguer III.

Tras morir Alfonso I el Batallador en 1134 sin descendencia (lega su reino a las Órdenes Militares de los Templarios y de los Hospitalarios), Alfonso VII aprovecha el vacío de poder y conquista Nájera, Calatayud y Zaragoza. Posteriormente, Alfonso VII cede Zaragoza a García Ramírez, rey de Navarra, a cambio de su vasallaje.







Consolidado su trono y extendido su influencia en los reinos vecinos peninsulares, Alfonso VII es proclamado Emperador en León el 26 de mayo de 1135 (fiesta de Pentecostés). Al otro lado de los Pirineos también es reconocido como Imperator  Hispaniae.

Centrado en la acción común con los reinos cristianos peninsulares, se acuerda la boda de Sancho, primogénito de Alfonso VII, con Petronila, hija de Ramiro II, rey de Aragón. Esta boda hubiera adelantado tres siglos la unidad de los Reyes Católicos. Sin embargo surgieron pegas: los grandes señores aragoneses y navarros no veían con buenos ojos ser súbditos del poderoso Emperador Alfonso VII, además el Papa se oponía al matrimonio del heredero leonés con Petronila, seguía obsesionado con la herencia de Alfonso I el Batallador a favor de los Templarios y Hospitalarios. Finalmente Petronila casó con Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona y Caballero de la Orden Militar del Temple.



En Carrión de los Condes, se reunieron Alfonso VII y Ramón Berenguer IV reconociendo el segundo el poderío y superioridad del primero y le rindió vasallaje. Esta coalición no gustó al rey navarro. Para paliarlo Alfonso VII pactó nuevas alianzas a través de los matrimonios del Príncipe Sancho con Blanca de Navarra (1151) y a García Ramírez con Urraca, hija natural del rey leonés (1144). También estableció la denominada Paz de Valdérez (1140) con su primo el portugués Alfonso Enriquez. Este empleaba el título de rey que Alfonso VII sólo se lo reconoció a partir de 1143 a cambio de su vasallaje.



Alfonso VII libre de problemas con los reinos peninsulares, emprende nuevas campañas bélicas contra los almorávides. En 1139 conquista el estratégico castillo de Oreja (Madrid), y Albalete y Coria (Cáceres) en 1142. En 1144 asoló todo Al-Ándalus. En 1146, toma Córdoba. En 1147, conquista Almería, Calatrava (Ciudad Real), Uclés (Cuenca), y Baeza.  En 1151 Alfonso VII propone y firma con Ramón Berenguer IV el Tratado de Tudilén ó Tudején para el reparto y conquista de las tierras musulmanas para concentrar cada uno sus acciones a esos territorios: Levante y Baleares para la Corona de Aragón y el centro y oeste peninsular hasta la línea portuguesa para la Corona de León, con la suprema potestad y dominio de todas las tierras españolas para el Emperador. Siguieron las conquistas de Alfonso VII, así en 1155, ocupa Andújar (Jaén), Pedroche y Santa Eufemia (Córdoba).




Algunas de las conquistas andaluzas fueron efímeras volviendo a manos almohades como ocurrió con Almería en 1157. Este fue el año de la muerte de Alfonso VII, en agosto, con 52 años. Dos años antes había programado su sucesión entre sus hijos varones de Berenguela, su primera mujer: a Sancho III, su primogénito, le concedió Castilla, Toledo y la Extremadura castellana. A Fernando II, León y Galicia. Un rey que se había empeñado en unificar los territorios peninsulares bajo su corona, hace la partición de su reino tras su muerte. Así era la costumbre de aquella época.




Autores consultados:
(1)        Vaca de Osma
(2)        Luís Suárez Fernández

(3)        Menéndez Pidal

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